martes, 13 de abril de 2010

Mi vecindad: Felicitas

VECINDAD DOS…FELICITAS

Noviembre 7 del 2006


En el zaguán, todas las tardes se sentaba Felicitas. En una sillita de madera y palma tejida. Era bajita, menudita y encorvada caminaba ayudada por un bastón. Su fragilidad enternecía, pero al mismo tiempo, en ella reposaba la indomable fuerza que el paso del tiempo no logra vencer. Así a sus casi noventa años Felicitas se movía, todavía, día a día, para buscar el sustento. En ocasiones su bastón ajustaba cuentas con aquellos que sin intención, algunas veces al jugar en el patio, testereábamos su pequeño espacio: su silla, su mesa y sobre ella el canasto de pepitas que ella misma preparaba y vendía.

Por las mañanas las lavaba y las bañaba en agua salada. A pasos lentos las ponía a secar al sol. Con su bastón y mucha calma las extendía. Y al empezar la tarde las tostaba sobre un comal de barro en un bracero de carbón. Los olores que desprendían aquellas pepitas tostándose, anunciaban que el establecimiento abriría en cualquier momento. A veces dábamos varias vueltas para preguntarle a Felicitas, sí ya estaban listas las pepitas. En muchas ocasiones, esperábamos impacientes viendo como Felicitas las hacía ir y venir de un lado al otro del comal.

A cinco centavos la corcholata de pepitas. Sí, esa era la medida. La ingeniosa empresaria utilizaba las corcholatas de refresco, como cacerolitas de cálculo. La rebosaba de pepitas y ahí estaban las delicias de quienes por las tardes, se sentaban tranquilamente a conversar en el descanso del zaguán. Así llamábamos a una banca de concreto dende todos, todos cuando menos alguna vez, nos sentamos a conversar o simplemente a ver pasar a la gente por la calle, como quien se sienta frente a una gran pantalla cinematográfica, con nuestro cucurucho de pepitas en la mano.

Y ahí sentada, tras el deteriorado zaguán, Felicitas pasaba las horas protegida, del viento y a veces de la lluvia, por su eterno reboso gris. De tiempo en tiempo, con sus manos temblorosas, preparaba un cigarrillo de hoja de maíz y tabaco, con tal cuidado y devoción que en ocasiones se llevaba buena parte de la tarde, entre venta y venta, ensamblaba su cigarro.

Mientras tanto, los clientes cotidianos, los de todos los días, los de siempre, se paraban a conversar brevemente con la dulce abuela quien con lentitud despachaba sus crujientes pepitas. Del comal al canasto y del canasto al interior de curiosos conitos de papel periódico, previamente armados, dende felicitas dejaba caer las deliciosas semillas calientitas.

Cuando se veía sin clientela, entonces con mucha calma, con una temblorosa flama encendía su cigarrito, tan delgado y contrahecho como ella misma. Su arrugado rostro denotaba la placidez con que Felicitas, exhalaba la primera bocanada de humo.

Ahora que soy mayor y vienen a mi mente los recuerdos, de las muchas Felicitas que he conocido, me pregunto. De que estaban hechas esas mujeres? Quienes a fuerza de tanto trabajo, tanto dolor y tanta carencia forjaban un carácter tan dulce, tan amable, tan afable. Siempre de buen humor, siempre con un cordial saludo y un sincero interés por los demás.

Incansables trabajadoras, del lavadero a la plancha, Ropa propia, ropa ajena. Silenciosas protagonistas de una sociedad injusta. Matriarcas anónimas.
Determinadas a vivir los años que fuesen, a prueba de toda Revolución y todo cambio. Precursoras de la feminidad, que no de feminismos. Madres solteras, abuelas solas, siempre solas.

Felicitas murió, dormida, sin dolor, en paz con su vida, en paz con su único hijo, un hombre homosexual que nunca le dio nietos. Pero a quien Felicitas siempre amó y respetó.

No puedo imaginar el viejo zaguán, sin Felicitas.

Enamorada del Aljarafe

Una mexicana enamorada del Aljarafe.


Nací en la ciudad de México y soy una mujer con una gran capacidad de adaptación y respuesta a los desafíos que la vida me ha impuesto. Con frecuencia he tenido que enfrentar situaciones en las que habiendo consolidado una situación estable en un país, me he visto en la necesidad de emigrar a otro para empezar de nuevo desde cero. España representa en este momento mi quinto país de residencia.

Realice mis estudios Universitarios por las tardes, mientras trabajaba por las mañanas. Nací en una familia de muy pocos recursos económicos, pero rica en principios y tradiciones. Ejercí mi carrera de periodista durante 13 años, donde pasé de la prensa escrita a la radio y finalmente a la televisión. Desde el inicio de mis estudios universitarios hasta el momento en que emigré a Canadá con mi esposo e hijas, en busca de mejores oportunidades, mi profesión ha sido siempre como un tercer ojo. Veo la vida como un gran reportaje.


Una vez en Canadá, donde vivimos por siete años entre Ottawa, Québec y Montreal tuve que adaptarme a las circunstancias en espera de que mi esposo realizara sus estudios de Doctorado. Empecé por aprender francés, en la mejor universidad: la vida y con los mejores profesores: los niños. Así cuidando niños, ayudaba a la precaria economía familiar de aquel entonces. La emigración es muy difícil. Cuando la oportunidad salió la aproveché y me recicle, por decirlo así, en un área nueva. Mi esposo me inició como técnica de laboratorio de Biología y después tomé un curso. Había que sacar una familia adelante y eso hicimos. El mundo científico es muy internacional y esto pronto nos llevó a otros países como Panamá, Alemania, Suiza, Malawi, e Inglaterra, donde vivimos por diez años.

No obstante, el deseo de mejorar nuestra calidad de vida nos hizo dejar esa situación estable en Inglaterra donde mi esposo era profesor titular y yo investigadora asociada para venir a Sevilla. ¿Quizás se preguntarán el por qué renunciamos a tal situación? Existe una razón de índole personal y cultural que me gustaría exponer. No obstante que a lo largo de 16 años logramos adaptarnos tanto a la vida canadiense como a la inglesa, la verdad es que siempre nos sentimos exiliados culturalmente y con un fuerte deseo de volver a una sociedad más similar a la que nos vio nacer.

Durante nuestra estancia en el Reino Unido solíamos escaparnos, sí, literalmente escapábamos a España para lograr tener un poco de contacto humano, sol y las delicias culinarias de la Península. Así conocimos las diferentes regiones de la madre Patria, incluyendo las Islas Canarias. La Gloria llegó un día cuando mi esposo fue invitado a trabajar en la Estación Biológica de Doñana y llegó el momento de decidir otro cambio.

Las condiciones laborales eran inciertas, los salarios más bajos, pero había algo muy fuerte que nos atraía. Nosotros ya conocíamos Sevilla y eso ya nos entusiasmaba mucho. Pero cuando vinimos a la entrevista de presentación el Director de la Estación nos invitó a su casa y con ello nos presentó, muy brevemente El Aljarafe. Eso ya fue una maravilla. Ese mismo fin de semana la decisión fue tomada ante un atardecer, de esos cromáticos y espectaculares que se pueden ver casi todos los días del año en esta región llena de magia.

La bienvenida que nos ha dado la gente de los pueblos de esta región ha conquistado nuestros corazones. “Los mexicanos” nos dicen al pasar y nos han llenado de besos, de bendiciones, de invitaciones. Han sido nuestra guía espiritual. La mismita Sevilla nos ha dado la bienvenida a su feria cuando vamos vestidos con nuestros atuendos Nacionales.

La provinciana belleza de los Pueblos del Aljarafe, la alegría, franqueza, amor y gracia con que acogen al Iberoamericano. Sus Ferias, sus Semanas Santas, sus Romerías. Su unidad familiar, su solidaridad, su entrega, es que se está como en casa. En una casa blanca y limpia donde las plantas del patio te cobijan mientras los anfitriones te invitan a su mesa para compartir su queso, su jamón, su pan y su vino.

Que también hable de lo que no me gusta del Aljarafe, bueno pues eso sí que lo voy a dejar para otra ocasión. Ahora mismo sólo vienen a mi mente las imágenes de un pueblo hermano que conserva su frescura, con todo lo que ello conlleva y la modernidad deshidrata. Algo por mejorar sí. Un deseo: Que esos gentiles Aljarafeños que son tan amables cuando son peatones, no se transformen cuando toman el volante, que conserven la paz de su paso y la generosidad de su trato.

Lo dicho, soy una mexicana, enamorada del Aljarafe.

Inés Villasana