VECINDAD DOS…FELICITAS
Noviembre 7 del 2006
En el zaguán, todas las tardes se sentaba Felicitas. En una sillita de madera y palma tejida. Era bajita, menudita y encorvada caminaba ayudada por un bastón. Su fragilidad enternecía, pero al mismo tiempo, en ella reposaba la indomable fuerza que el paso del tiempo no logra vencer. Así a sus casi noventa años Felicitas se movía, todavía, día a día, para buscar el sustento. En ocasiones su bastón ajustaba cuentas con aquellos que sin intención, algunas veces al jugar en el patio, testereábamos su pequeño espacio: su silla, su mesa y sobre ella el canasto de pepitas que ella misma preparaba y vendía.
Por las mañanas las lavaba y las bañaba en agua salada. A pasos lentos las ponía a secar al sol. Con su bastón y mucha calma las extendía. Y al empezar la tarde las tostaba sobre un comal de barro en un bracero de carbón. Los olores que desprendían aquellas pepitas tostándose, anunciaban que el establecimiento abriría en cualquier momento. A veces dábamos varias vueltas para preguntarle a Felicitas, sí ya estaban listas las pepitas. En muchas ocasiones, esperábamos impacientes viendo como Felicitas las hacía ir y venir de un lado al otro del comal.
A cinco centavos la corcholata de pepitas. Sí, esa era la medida. La ingeniosa empresaria utilizaba las corcholatas de refresco, como cacerolitas de cálculo. La rebosaba de pepitas y ahí estaban las delicias de quienes por las tardes, se sentaban tranquilamente a conversar en el descanso del zaguán. Así llamábamos a una banca de concreto dende todos, todos cuando menos alguna vez, nos sentamos a conversar o simplemente a ver pasar a la gente por la calle, como quien se sienta frente a una gran pantalla cinematográfica, con nuestro cucurucho de pepitas en la mano.
Y ahí sentada, tras el deteriorado zaguán, Felicitas pasaba las horas protegida, del viento y a veces de la lluvia, por su eterno reboso gris. De tiempo en tiempo, con sus manos temblorosas, preparaba un cigarrillo de hoja de maíz y tabaco, con tal cuidado y devoción que en ocasiones se llevaba buena parte de la tarde, entre venta y venta, ensamblaba su cigarro.
Mientras tanto, los clientes cotidianos, los de todos los días, los de siempre, se paraban a conversar brevemente con la dulce abuela quien con lentitud despachaba sus crujientes pepitas. Del comal al canasto y del canasto al interior de curiosos conitos de papel periódico, previamente armados, dende felicitas dejaba caer las deliciosas semillas calientitas.
Cuando se veía sin clientela, entonces con mucha calma, con una temblorosa flama encendía su cigarrito, tan delgado y contrahecho como ella misma. Su arrugado rostro denotaba la placidez con que Felicitas, exhalaba la primera bocanada de humo.
Ahora que soy mayor y vienen a mi mente los recuerdos, de las muchas Felicitas que he conocido, me pregunto. De que estaban hechas esas mujeres? Quienes a fuerza de tanto trabajo, tanto dolor y tanta carencia forjaban un carácter tan dulce, tan amable, tan afable. Siempre de buen humor, siempre con un cordial saludo y un sincero interés por los demás.
Incansables trabajadoras, del lavadero a la plancha, Ropa propia, ropa ajena. Silenciosas protagonistas de una sociedad injusta. Matriarcas anónimas.
Determinadas a vivir los años que fuesen, a prueba de toda Revolución y todo cambio. Precursoras de la feminidad, que no de feminismos. Madres solteras, abuelas solas, siempre solas.
Felicitas murió, dormida, sin dolor, en paz con su vida, en paz con su único hijo, un hombre homosexual que nunca le dio nietos. Pero a quien Felicitas siempre amó y respetó.
No puedo imaginar el viejo zaguán, sin Felicitas.
A la orilla del tiempo
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Tantos días y noches navegué en este barco de papel que hoy tengo en mis
manos… Desde él me lanzaba al agua sin temor y aprendí a nadar rescatando
letra...
Hace 6 años